Nomadland
2/8/22
Por
Asdrúbal A Romero M
Una película- museo sobre 1000 formas apabullantes de retratar la soledad
A consecuencia de la severa depresión económica, en enero 2011 la empresa minera que daba sustento a la mayoría de los pobladores de Empire cesa sus actividades. A sus trabajadores les es permitido utilizar sus casas, que son de la compañía, hasta el final del año escolar. En julio, hasta el código postal es discontinuado y Empire pasa a ser un pueblo fantasma. El esposo de Fern que ha trabajado toda su vida laboral en la mina muere de cáncer. Sin trabajo –también desempeñaba un cargo administrativo en la empresa-; sin esposo; sin hijos y sin patrimonio, inicia Fern, con su modesta van, el camino de resistir la cruda realidad que ofrece el modelo económico mundial a cualquier persona que a su “interesante edad” intente sobrevivir a la devastación que ha sufrido en su vida.
Este es el punto de partida de “Nomadland”, mi película preferida de la temporada de candidatas a premios en el atípico final, para el cine, del 2020. Verán a Fern desempeñar los más variados y diversos trabajos temporales en diferentes lugares de los Estados Unidos. Contemplarán cómo, a causa de las gélidas temperaturas de un inclemente invierno, transcurren sus noches congelándose en el interior de su van, convertida por su persistente laboriosidad en rudimentaria RV VAN –“recreational vehicle”-. También la comprenderán cuando decida instalarse en medio del desierto de Arizona en una comunidad nómada. Sí, Fern se moviliza de un lugar a otro luchando por sobrevivir. Es una nómada de este moderno siglo XXI que va desnudando la crueldad del sistema que no tiene rostro y, al mismo tiempo, la calidez y riqueza de las relaciones humanas en tales contextos.
Por momentos “Nomadland” me hizo recordar a “Into the Wild”, aquella famosa película dirigida por Sean Penn (2007) que registra el duro periplo de un joven estudiante universitario americano caminando solitariamente, desde el sur de USA, hasta arribar a Alaska y perecer a causa de su salvaje invierno. ¿Qué sentido podía tener la empecinada decisión de aquel joven? Recuerdo que me pasé todo el rato auto castigándome con la interrogante mientras veía el film, que me parecía incomprensible e, incluso, hasta aburrido, excepto cuando alcancé a elaborar la reflexiva síntesis final. Esto ocurre con muchas películas. “Into the Wild” se ha convertido en un film de culto y, créanme, no es sólo por la excelente banda sonora compuesta por Eddie Vedder (Pearl Jam).
Trece años después, “Nomadland” nos brinda una experiencia nómada de tercera edad cuya mayor razón de ser y riqueza de matices la eleva unos cuantos y muy significativos decibeles. Es sencillamente magnífica y me imagino que cada vez que la vea la encontraré más magnífica, si es que acaso esto es posible. Supongo que ya imaginarán que no es un thriller, son simplemente vivencias que, como si fuesen notas musicales, van complementándose y elevando la experiencia sensible a niveles pocas veces alcanzados. Un concierto de imágenes que te llegan al corazón, en oportunos momentos exaltado por piezas musicales como “Oltremare” del reconocido pianista Ludovico Einaudi. “Nomadland” es una película museo sobre las mil formas apabullantes de retratar la soledad.
En una escena del film, Bob Wells el líder de la comunidad nómada con apariencia de un Santa Claus hippie, le dice a Fern: “No alcanzo a imaginar por lo que tú puedas estar pasando. La pérdida de tu esposo. La pérdida de tu pueblo –que a mí me sonó a la pérdida de tu país-. De tus amigos…Este tipo de pérdida nunca es fácil. Desearía tener una respuesta para ti. Pero, creo que has venido al lugar adecuado para hallar una respuesta. Pienso que conectándote a la naturaleza y al sentimiento real de comunidad, de tribu, eso hará la diferencia para ti”. Bob había perdido a un hijo, que ese día estaría cumpliendo treintaitrés años.
Y la Fern, magistralmente personificada por esa dama dura del cine americano Frances Mc Dormand (“Fargo”, “Three Billboards Outside Ebbing, Missouri” y la miniserie “Olive Kitteridge”, por mencionar tres de las actuaciones suyas que más me han impresionado) le responde con un insondable y lacónico: “Así lo espero”. Quizás, lo de valorar a “Nomadland” sea un problema de conexión personal, como alguien me dijo. Conmigo se produjo una instantánea e infinita conexión.
Creo que conectará con todo aquel que haya tenido una experiencia cercana con su condición de vulnerabilidad como ser humano. Todo aquel que haya tomado consciencia de que no existe nada en nuestras vidas que pueda darse por garantizado. Podemos haber vivido en un mundo del que pensábamos sería siempre nuestro mundo, para un buen día darte cuenta que algo inesperado ocurrió que te expulsó de aquel mundo que se te había tornado confortable para trasladarte a otro incierto en el que todo está por iniciarse. Y si eso ocurre a una “edad interesante”, para que el golpe te sea más noble, la intensidad del shock podría transformarte en otro incomprendido habitante de una tierra nómada. Es factible que para alguien que no haya tenido una experiencia de tales resonancias, “Nomadland” no pase de ser sólo otra de esas aburridas películas que los críticos de cine sobreestiman por snobismo. ¡Ojalá esa persona no seas tú!
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