Imprevisibilidad y Fragilidad
10/4/25
Por
Asdrúbal A Romero M
Ambiente creado por la tormenta Trump propicia comentar el libro La fragilidad del mundo

Tal como está el mundo: lo que más brilla en él ahora mismo es la Imprevisibilidad. Trump ha logrado poner todo patas arriba, aunque no sabemos si a largo plazo su plan fortalecerá el poder de los Estados Unidos frente al de China. Su arriesgada apuesta podría calificarse de shock paradigmático. Los venezolanos, que llevamos enfrascados más de dos décadas en esto de la imprevisibilidad, deberíamos darle la bienvenida a este mundo “frágil” a nuestros coinquilinos planetarios ya habituados a tiempos de relativamente buena estabilidad. O los ucranianos, que un buen día se levantaron para llevar sus niños al colegio y le cayeron bombas del cielo.
El calificativo entrecomillado lo he extraído del título de un libro, La fragilidad del mundo, del filósofo catalán Joan Carles Mëlich, texto por el cual se hizo acreedor en España del Premio Nacional de Ensayo 2022. Desde que le conocí en la presentación en Madrid de otro de sus libros, La lógica de la crueldad -episodio que quedó plasmado en el primer capítulo de En las sombras del bien-, reconozco a Mëlich como un “influencer” de mi manera tardía de comprender la vida. También es reconocido, entre sus pares, como uno de los representantes más destacados del pensamiento post metafísico contemporáneo. Esta tipificación nos obliga a elaborar un breve preámbulo que nos conducirá hacia el concepto de la Fragilidad.
La corriente post metafísica surge como una crítica a la metafísica tradicional, rechazando la idea de verdades absolutas y cuestionando los sistemas filosóficos que intentan explicar la realidad de manera totalizadora. En lugar de buscar un fundamento último, y un sentido último de la vida, los pensadores post metafísicos destacan el carácter finito, contingente y vulnerable -por ende, frágil- del ser humano. No decidimos ni cuándo ni dónde venimos a este mundo, lo que determina desde el inicio de nuestras finitas vidas su carácter contingente. Pero además, ese mundo es inapropiable e indisponible, no lo podemos dominar ni garantizar que se comporte al calor de nuestros intereses. Cito a Mëlich: <<El mundo es un intruso que nos penetra al nacer y que no deja de hacerlo a lo largo de toda la vida, un intruso que nos inquieta de una forma insistente y muchas veces tremendamente incómoda.>>
La fragilidad del mundo está intrínsecamente ligada a la finitud de los seres humanos. Aceptar la fragilidad del mundo implica internalizar la naturaleza real de nuestra condición, como que somos más lo que nos pasa que lo que decidimos, que somos contingentes y no podemos controlar nuestras vidas, y que no hay un sentido metafísico que nos dé cobijo. Lo indisponible del mundo siempre nos ha causado pavor, desde los inicios de la historia humana, de allí los mitos y religiones para ofrecer respuesta a nuestras angustias. Son parte de las lógicas simbólicas que la Humanidad ha creado con la finalidad de reducir el desasosiego ante la complejidad del mundo. Luego de las teológicas, surgieron las políticas y económicas. Cada una de ellas ofrece una visión paradisíaca de la vida, contentiva de una receta eterna e inmutable que le aporta sentido a la misma. Pero inalcanzable, porque a nosotros, los humanos, por ser seres finitos, nos está vedado el acceso a la Verdad Definitiva, al Bien Último, en fin al Paraíso, sea este el cielo o el siempre inalcanzado estado comunista ideal. Nunca vamos a llegar, siempre vamos a estar en una “lucha”. En el libro que les he mencionado, en su capítulo cuarto, La seducción de la técnica, el autor nos habla del surgimiento de una nueva lógica simbólica: la tecnológica -extremadamente interesante y muy recomendable lectura-.
Pero no nos desviemos del tema, hoy día se desperezan grandes fuerzas que estaban como dormidas. Las mayorías ciudadanas, sobre todo en los países más privilegiados en términos socio económicos, sienten como una especie de estremecimiento tectónico de las bases lógicas que han regido la dinámica evolutiva del mundo reciente. ¿Qué nos viene, además de la angustia como asidua compañera de viaje? ¿Proponemos algo? Profundizar sobre las tesis de los post metafísicos e intentar derivar de ellas propuestas más concretas sobre cambios de actitud y conducta excede, en mucho, el alcance de este texto. No se trata de aportar algunas píldoras de autoayuda. Un primer paso sí que podemos dar: abrazarnos a la condición finita y contingente de la existencia como punto de partida para reaprender a ver el mundo. Involucra detenerse a observar esa realidad que se disuelve en el ámbito de nuestra pasividad e indiferencia. Habitar el mundo, dice Mëlich, es vivir en el “afuera” -refiriéndose a la condición fundamental de la existencia humana de salir de sí mismo y relacionarse con lo que está fuera de uno-.
<<No estamos en el mundo como está un pez en una pecera.>> Imagen que interpreto como la necesidad de asumir el compromiso de relacionamiento ciudadano en todos los ámbitos de desempeño. Desentendernos de la política, por ejemplo, ha acrecentado la fragilidad del mundo, al cual no lo debemos asumir como el simple lugar o receptáculo donde vivimos. Por ello, hoy podemos sentir cómo esa fragilidad nos interpela. Para habitar el mundo, hay que desconfiar de los que prometen convertirlo en un idílico paraíso en el que reinen el orden y la justicia. Ya se ha visto como las utopías prometidas han terminado erigiéndose en lógicas de la crueldad, legitimadoras de las más crueles barbaries.
Empoderados por el bombardeo tecnológico, y ahora la Inteligencia Artificial, sometidos a una prisa constante, <<ahítos de información pero faltos de sabiduría>>, nos hemos olvidado de que el mundo no nos pertenecía y que era necesario protegerlo. No solo se trata de la tormenta Trump, sino de muchos otros temas de vital actualidad. Es imprescindible enlazar de nuevo con nuestro pasado -el de la Humanidad- y reaprender a vivir en la incertidumbre. Tal como lo señaló Camus, al final de su novela La peste: la felicidad siempre está amenazada, la felicidad es una felicidad en la infelicidad, porque nunca habrá una victoria definitiva sobre la contingencia, el sufrimiento y la muerte.
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