En las sombras del bien
4/8/22
Por
Asdrúbal A Romero M
De cómo germinó la idea de escribirla
En el primer capítulo de la novela se escenifica un episodio de la vida real que resulta clave para entender cómo germinó en mi cerebro la idea de escribirla. Eduardo entra a conocer una librería que le habían recomendado con especial énfasis, La Central de Callao; de inmediato se prenda de todo lo que ve en ella. Esto lo viví yo algún día de marzo de 2014. Recuerdo haber subido la vetusta escalera al primer piso e invertir un buen rato hurgando en las novedades del género narrativo. Luego, haber subido al segundo e impresionarme, aún más, viendo el despliegue de libros de filosofía, ciencias políticas y hasta neurociencia. Ese día entendí que la vigencia del papel en el mundo de los libros distaba mucho de ser una idea en extinción.
Al bajar de nuevo a la planta baja, caí en cuenta que casi todas las noches de días hábiles de semana tenían presentaciones de libros. Esa noche le correspondía a <<La lógica de la crueldad>>, el tercero de una trilogía del filósofo catalán Joan Carles Mèlich. Eduardo, el alter ego del autor dentro de la novela sobre cuya creación éste comenzaría a fantasear esa misma madrugada, es capturado por la lectura de la contraportada del libro y decide quedarse para la presentación. Después de escuchar con fruición, y al mismo tiempo asombro, las palabras del filósofo, intuye que su búsqueda había terminado.
En los años previos, había devorado cuánto libro cayera en mis manos y creyera que podía ayudarme a comprender el proceso político venezolano. De esas lecturas, ideas de autores como Raymond Aron, Carlos Rangel o Camus alcanzan a permearse hasta las páginas de la novela. Al salir de La Central compré el libro. Comencé su lectura –tarea nada fácil para un ingeniero el de adentrarse en sesudas reflexiones filosóficas– después de cenar. Logro avances en mi comprensión, me bato con cada página mientras la noche se convierte en madrugada, y se va reforzando mi intuición de que había dado, finalmente, con lo que buscaba: una teoría que explicara aquel horror-error que había dejado detrás del Atlántico. El texto de Mèlich me presentaba un entramado lógico más general del cual podían revelarse, como en el old fashioned proceso fotográfico, las elusivas razones para el ciudadano común, de ese gravoso etiquetamiento que se había producido en nuestro país de todo aquel que se manifestara en contra del “Bien” propugnado por la casta dominante. Gravoso, por lo demás, habida cuenta de la saña o la crueldad con la que se acometían procesos en su contra por la única razón de habérsele endilgado tal etiqueta.
En esas horas de transición hacia el nuevo día, pensé por primera vez en la necesidad de escribir sobre mi hallazgo. También en la necesidad de procesar los fundamentos de aquella lógica, para lograr presentarlos en un lenguaje de más fácil comprensión para el ciudadano común. ¡Era muy importante que llegarán a todos! Pero, ¿A cuál genero recurrir para lograr con mayor eficacia mi objetivo? –me interrogué–. ¿Un ensayo? No me sentí con la suficiente auctoritas para acometer tal empresa. Por otra parte, ya para aquel entonces estaba convencido que la verdadera esencia de la vida se encontraba mejor en los relatos singulares y contextualizados que en los grandes discursos y estadísticas; ya había migrado a la condición de ser “narrativo” porque como afirmó Claudio Magris: “La historia cuenta los hechos, la sociología describe los procesos, la estadística proporciona los números, pero no es sino la literatura la que nos hace palpar todo ello allí donde toman cuerpo y sangre en la existencia de los hombres” –lo escribió en su <<Utopía y Desencanto>> del 2001 y me atrevo a pensar que su referencia a la literatura apuntaba con mayor cercanía hacia la poesía y el relato–.
Me decanté entonces por escribir una novela, pero todo parece indicar que la semilla que germinó esa madrugada fue la de una novela–ensayo. La poeta María Antonieta Flores la califica de obra “transgenérica” por la convivencia en ella “del discurso narrativo con el ensayístico”. Quizás esta condición bicéfala me permitió alcanzar una mayor universalidad con mi texto. El escenario es Venezuela pero lo que allí ha ocurrido la sobrepasa. Es la realización, con sus peculiares variantes, de una lógica de la crueldad que ya ha sido aplicada en otras latitudes y épocas. Por esta razón, mi motivación para escribir la novela fue creciendo en la medida que internalicé la importancia de que el mayor número posible de ciudadanos del mundo, adquiriesen el antídoto para enfrentarse a una lógica como la recreada en mi país. El primer paso es aprender a identificarla desde sus primeras manifestaciones. De esto va <<En las sombras del bien>>.
Tomada la decisión del género literario, comencé a crear los personajes. Eduardo sería un vértice, pero estaba en Madrid inmerso en su hallazgo. Sentí que necesitaba voces para darle vida y concreción a procesos que se estaban sufriendo con intensidad a ocho mil kilómetros del lugar donde escribiría sobre ellos. Suelo dejar que mi cerebro me resuelva problemas que le planteo. Confío que en el momento menos pensado, me sorprenda con una idea que flota hacia mi nivel consciente para proporcionarme una respuesta. Es como si tuviese allí adentro un “daemon”, así como el que tomaba control de las historias de Kipling, según él mismo solía decir. Así nacieron Aurora y Sergio, los dos vértices restantes de un atípico triángulo amoroso.
Siento que Sergio nació para representar a esa inmensidad de jóvenes venezolanos que perdieron la confianza en poder tener un futuro en la patria que les vio nacer. Un estudiante de Ingeniería que abandona sus estudios para manifestar y protestar en contra de un régimen decididamente resuelto a reprimir: una actividad en la que te puedes jugar la vida y Aurora, su madre, lo sabe. De la necesidad de recrear esta angustia que debieron vivir miles de madres, surge la segunda escena de la novela. Aurora encerrada en su apartamento, escucha las seguidillas de disparos que provienen del enfrentamiento entre los “perros” y los muchachos de la urbanización, en una de las esquinas de la línea perimetral que rodea el complejo donde vive. Imagina que su Sergio puede estar allí entre los que se enfrentan a disparos con piedras y bombas molotov. Ya no tiene forma de saberlo con seguridad. Cada nueva ráfaga lacera su angustia como si estuviese quemándose con fuego una herida viva.
Sergio es un personaje que no teniendo la relevancia de Eduardo y Aurora, me resultó instrumental a los fines de poder narrar acontecimientos reales en los que la crueldad queda retratada tal cual deseaba hacerlo. Acontecimientos que no necesité extraer de mi imaginación, sino que los encontré reportados en un informe de Human Rights Watch titulado “Castigados por Protestar” de mayo de 2014. También me fue útil, Sergio, para desarrollar una sub trama con ese nivel de intriga que siempre coadyuva a instigar la lectura del texto. Aurora es la contraparte de Eduardo en el hilo central de la novela: una historia de amor atribulada por el hostil contexto en el que intenta desenvolverse. Recrea no sólo sus angustias como madre, sino las suyas propias como trabajadora en una clínica privada, o como residente de un complejo asediado por virulentos grupos de choque mercenarios de la revolución del “Bien”.
Sería una falsedad decir que todo estaba planificado con exactitud cuando comencé a escribir. Pero una vez creados los personajes, todo comenzó a fluir y, con frecuencia, sentí en esa largas noches de escritura que mi daemon, pariente de aquel que tomaba el control de la pluma del autor de “The jungle book”, ejercía conmigo el oficio de su parentela. Me acogí a la recomendación de Kipling: “cuando tu daemon está a cargo, no trates de pensar conscientemente, abandónate a la deriva, espera y obedece”.
Asdrúbal A Romero M
@asdromero
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