De cara a los Óscars 2025
2/3/25
Por
Asdrúbal A Romero M
Como todos los años, cumpliendo con el sagrado deber de comentarles mis preferidas

Mientras un director francés, Jacques Audiard, convierte a un temido capo narcotraficante mejicano, mediante una operación de cambio de sexo, en una especie de virgen de los desamparados, en Las Vegas se casa con una trabajadora sexual uno de esos herederos de grandes fortunas por cuyas mentes solo circulan los videojuegos, las drogas, el alcohol y, por supuesto, el sexo. Dos retratos extremos del mundo actual y, también, concurren en estas dos películas, Emilia Pérez y Anora, los dos extremos de la distancia que separa la que menos ha estado a la altura de mis expectativas con la que más me ha sorprendido positivamente.
Al director Sean Baker le vengo siguiendo por la originalidad de las películas que conforman su más reciente filmografía: Tangerine Dream (2015), la muy reconocida The Florida Project (2017) y la gamberra Red Rocket (2021) que sigue las andanzas de un actor porno cuando regresa a su pueblo. Muy comprensible, por lo tanto, que mis expectativas fueran muy altas cuando asistí a ver su Anora -además de dirigir, ha sido coguionista y productor de todas sus cintas-, y confieso que ellas fueron disfrutonamente superadas. El alocado joven es hijo de un poderoso oligarca ruso y a partir del momento en el que se casa con la stripper, sin el consentimiento de sus padres, se dispara una historia muy bien contada con multiplicidad de giros imprevisibles que mantienen al espectador en vilo y sin atreverse a imaginar cómo terminará esa locura que ve en pantalla. Mi memoria cinéfila retrocedió hasta el 2020, año en el que la cinta coreana Parasitos se llevó la más importante estatuilla.
Mi predilección por esta película, mi preferida para este domingo dos de marzo, se explica más desde la forma como la historia es contada que por el tipo de temática irreverente que ella aborda y que a muchos espectadores puede generarles rechazo -contiene muchas escenas de sexo explícito y no precisamente del tipo romántico-. La joven actriz Mikey Madison interpreta, deliciosamente, a la stripper que llega a enamorarse de ese novel arquetipo de la figura masculina que contrasta con el personificado por Richard Gere en Pretty Woman (1990). Qué se puede decir: son los nuevos tiempos que, de alguna manera, nos sorprenden hasta el espanto a quienes somos, diríamos, algo más antiguos. Tampoco se le puede exigir mucha materia gris en el cerebro a ese personaje femenino. En todo caso, la chica Madison también es mi preferida para ganar el premio a mejor actuación principal en rol femenino, aunque creo que cederá ante el peso de la historia de Demi Moore y también su muy buena actuación en La Sustancia. Por cierto, otra película muy original, que alcanza niveles grotescos en el “body horror” que escenifica y disgusta a muchos espectadores -incluyéndome-. Después de salir de la sala, reflexionando sobre ese prolongado final a lo Carrie (1976), concluí que algo que no se le podía desmerecer a esta cinta, es el extraordinario poderío con el que trasmite su mensaje.
Mi segunda preferida es El brutalista, pero consciente de que es la que concita el mayor favoritismo y la que, con mayor probabilidad, se terminará imponiendo. Un film concebido y realizado con la ambición de perpetuarse en la memoria del público cinéfilo dentro del grupo de históricas películas de larga duración -su metraje alcanza las tres horas y media incluyendo un intermedio-. Me sentí muy identificado con su relato, el cual se centra en la vida de Laszlo Töth, un arquitecto judío húngaro que, huyendo del fascismo, emigra al gran país de las oportunidades: los Estados Unidos de América. Se ve conminado a hacerlo dadas las circunstancias, a pesar de haber logrado un destacado prestigio profesional en su país de origen. El brutalista se convierte en una monumental crónica que cuestiona la glamorosa legenda del sueño americano. Su personaje principal, siempre en primera línea a lo largo de todo el film -de lo que se aprovecha Adrian Brody para hilvanar una excelente interpretación impulsora de su marcado favoritismo para el premio a mejor actor-, aporta una profunda reflexión sobre el tema de la migración al retratar las complejidades y desafíos que enfrentan quienes hemos buscado reconstruir nuestras vidas en tierras extranjeras.
A pesar de mi identificación personal con el tema central recreado por El brutalista, al salir de la sala pensé que su relato carecía de la grandeza que caracteriza a ese histórico, pero reducido, grupo de películas producidas con un largo empaque y notable impacto público. Para no trasladarme hacia tiempos muy remotos, opino que no alcanza los niveles de Oppenheimer ni de Los asesinos de la luna, las dos grandes competidoras de la anterior entrega con ese formato de larga duración. Mi conclusión es que para alcanzar ese ambicionado sitial al que aspiraba Brady Corbet, su director y guionista, hay que contar con una historia más poderosa y enriquecida a través de simultaneas subtramas que integren un espacio de reflexión desde múltiples perspectivas.
Aun estoy aquí, la película brasilera dirigida por Walter Salles y en la cual se ha destacado mucho la actuación de Fernanda Torres, es mi tercera en orden de preferencia. Un drama con un largo preámbulo contentivo de escenas que retratan la felicidad de una familia de clase media, cumpliendo la sutil tarea de preparar al espectador para el gran contraste que se genera en su núcleo a partir de la detención del padre por la dictadura militar brasileña. La mirada de los más jóvenes sobre tan desgraciado evento está siempre presente en este film, lo que me hizo recordar a la excelente Kamchatka (2002), ambientada en los tiempos de la dictadura argentina.
Dejando constancia que no me ha sido posible ver A complete unknown, película que explora los primeros años de la carrera de Bob Dylan -apenas se estrenó en la cartelera española este viernes 28 de febrero-, el resto de las nominadas conforman un sólido grupo, muy representativo de la admirable capacidad del arte cinematográfico para abordar toda la diversidad de la actividad humana. Si tuviese que sacar alguna del grupo, ésta sería Nickel Boys. Inspirada en hechos reales que ocurrieron en un reformatorio para menores en la Florida de los años 60, su estructura narrativa está tan, abusivamente, fragmentada que termina generando mucha confusión y deseos de abandonarla a medio camino.
Por lo contrario, no me habría atrevido a dejar afuera a Emilia Pérez. Ha terminado siendo un emblemático ejemplo de cómo el contexto cultural actúa como un gran condicionante de la valoración de cualquier pieza artística, en este caso cinematográfica. A los europeos les gusta esta película. Hace escasos cuatro días, fue la gran triunfadora en la noche de los Césars -el equivalente francés a los Óscars americanos-. Aquí en España también ha sido muy jaleada. Imagino que en el público latinoamericano, tan moldeado desde la infancia por la adicción a los teleculebrones, también contará con ardientes defensores. Pero, reivindico a quienes la rechazamos y nos reímos de este osado atrevimiento de un francés que, con profunda ignorancia, ha creído que podía empaquetar en un pegostoso, e inverosímil, melodrama musical la dantesca realidad de una subcultura narco, en la que la crueldad e impiedad de alma impera sobre cualquier otra manifestación humana. ¡Como dicen por allí: la ignorancia, a veces, es demasiado atrevida!
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